“(…) al
ingresar a los estudios superiores, los alumnos, se ven enfrentados a nuevas
culturas escritas”. Waterman Roberts, 1998.
El
texto de Paula Carlino, básicamente, presenta quien lo lee, la idea de un
profesor de utopía. A pesar de ser un texto tan simple de leer y tan corto el
algún punto llega a conectar con quien lo lee y lleva a pensar, “¡Por fin!
Alguien que entiende” o al menos ha sido mi caso.
Tampoco
es su intención el plantear a las instituciones de educación superior como el
gran monstruo del cuento, la “gran inteligencia” detrás de las acciones del
villano, que muchas veces constituye el profesor para el alumno, sobre todo el
“primíparo”. Pero si llega a causar esa sensación de que el modelo de profesor
inclusivo, que por sus palabras es ella, vendría a actuar como el héroe del
cuento. El gran salvador que se pone frente a sus alumnos y los cuida ante el
gran golpe de los textos académicos de la educación superior. El primer
pensamiento de cualquiera, que ya en una ocasión anterior se haya enfrentado
frente a la gran trampa de un paquete de fotocopias con contenidos científicos
y abundancia de citas que a la hora de leer, simplemente pretendemos entender y
rezamos para que el profesor no pregunte, viene a ser “¿Por qué no hay más
profesores que piensen de esta manera?” y “Tal vez nosotros deberíamos
imponerles un plan de lectura, o más que nosotros, ¿por qué la institución no
lo hace?, ¿acaso ninguno fue alumno?”
Aprender
a leer, aprender a comprender, aprender a entender. Tal vez hay algunos
procesos que se logran solos y con la práctica, pero como todo en la vida, no
puede ser ajeno de los golpes y del pánico que causa el equivocarse. Quizás,
tan solo sería más sencillo si aquellos profesores que dan la bienvenida, si
esos “profesores inclusivos”, héroes de nuestra historia universitaria, fuesen
más abundantes que los intimidantes profesores de las largas lecturas
científicas y las inferencias de que nuestro pensamiento es similar al de
ellos. Encuentro un planteamiento curioso acá. Una pregunta, para expresarlo de
mejor manera, ¿hay un culpable? ¿La educación secundaria o la superior? Y la respuesta
es, ambas. La secundaria por vivir a base de la memorización y la falta de
análisis, por jactarse de preparar adecuadamente a los alumnos para la gran
transición a la educación superior. La universidad por establecer ese
gigantesco abismo con un foso de cocodrilos y sin un puente por el que cruzar,
entre quienes recién ingresan y quienes, ya acostumbrados, logran defenderse
frente a los grandes retos, no solo de la lectura de textos impresos, sino ante
la lectura de todo tipo de materiales, explicaciones de dos horas sobre un
concepto, exposiciones y presentaciones de un tema completamente nuevo o con
una estructura de presentación absolutamente novedosa. Así no me parece justo
tener de “gran inteligencia” solo a nuestras instituciones de educación superior.
También a los colegios y a ambos por no saber trabajar como un equipo para
crear puentes, sino vivir quemándolos y abriendo cada vez más el horripilante
abismo.
La
única conclusión a la que llego, o mejor, lo único que puedo decir para finalizar,
es que a menos que algo cambie en la manera de entender la educación superior,
por parte de las universidades y algunos profesores y que los colegios entiendan
que memorizar es bueno, pero lo que realmente se necesitas es saber aplicar,
leer y analizar; lo único a lo que podemos aspirar, nosotros primíparos es a
tener la buena fortuna de encontrarnos con lo que llamé “profesor utopía” y a
que los textos, no sean tan complejos.
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