jueves, 20 de marzo de 2014

Historias para contar: Del lugar de donde vienen los relatos.

contar una historia en general es un acto comunitario. A lo largo de la historia humana, la gente se reunía al rededor, ya sea del fuego o en una tarberna, a cotar historias. Una persona le interrumpiría, luego otro, tal vez alguien podría repetir una historia que ya escucharon, pero con un giro diferente. Es un proceso colectivo.- Joseph Gordon-Levitt

Para todo el que alguna vez haya tomado un periódico en sus manos y más allá de leer los titulares y los artículos se abstrajera preguntándose, ¿qué es lo que hay detrás de esas hojas de papel que circulan a diario en la ciudad? Es claro que todo el oficio no puede realizarlo una sola persona. Eso sería un pensamiento ridículo. Una crónica es un trabajo que requiere investigación, redacción y una chispa que lleve al lector a interesar a veces el tiempo no alcanza para escribirla y hasta una de las más simples como esta que ahora escribo puede tardar una hora en surgir. Eso sin habla de edición de corrección y de que estas publicaciones por lo general tienen más de 20 artículos y crónicas entre sus columnas y cuadernillos. 

Un viaje normal por la calle 26, ruta obligatoria para llegar al aeropuerto internacional El Dorado, incluye la visión de edificios como la Gobernación de Cundinamarca, el centro comercial Gran Estación, las oficinas de Avianca, la cámara de comercio. Algunos hoteles como el Marriot, el Sheraton y el Capital. Eso por un lado, por el otro la calle 26 es el hogar del Centro Administrativo Nacional (CAN) y de las enormes instalaciones del periódico EL TIEMPO. 

No creo que alguien pueda imaginar con exactitud lo que ocurre tras esos extraños muros de color entre el vino tinto y el marrón. Seguro, es claro que en algún lugar deben imprimir los miles de ejemplares que circulan por todo el país. También lo es que todos los equipos periodísticos deben tener un lugar para trabajar. Pero pocos saben, por ejemplo, que estos periodistas no trabajan en exclusiva para el periódico EL TIEMPO. Trabajan para el grupo editorial del mismo nombre. Pocos saben que es un trabajo de 24 horas que funciona por turnos, comparable al oficio de un vigilante, vigilan el mundo con ojos atentos, no se detienen. 

Más allá de toda la historia y a sabiendas de que se está entrando en el recinto de uno de los medios de información más tradicionales y el más importante del país, es lo que sucede cuando se entra a la sala de redacción lo que impresiona y hace que la mente choque. 

Escritorios alineados, papeles corriendo por todo el lugar, trabajadores repartiendo café, jugando, conversando animadamente. Los reporteros de un momento a otro se pueden levantar de sus escritorios con la prisa impresa en el rostro, llaman a gritos a un camarógrafo o con solo una libreta en mano y un aparato de grabación de audio pasan corriendo, como ventarrones sin mayor reparo, en busca de una noticia para luego redactar, editar e imprimir. 

Es un lugar donde se entra y el tiempo mismo se detiene. No se logra dintinguir si es de día o de noche y las horas parecen no correr a veces, aunque en otras ocasiones vuelan. Como si ellas mismas fueran reporteras en busca de alguna noticia, de alguna historia para contar. 

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